¿Quiénes son los profesionales más importantes de la sociedad?
En un tiempo no muy lejano del nuestro, la humanidad estaba sumida en tal caos
que los hombres organizaron un concurso. Querían saber cuál era la profesión
más importante de la sociedad. Los organizadores del evento construyeron una
gran torre dentro de un enorme estadio con escalones de oro incrustados de
piedras preciosas. La construcción era bellísima. Llamaron a la prensa de todo
el mundo, a los periódicos, revistas y radios para cubrir la noticia.
El mundo estaba pendiente. En el estadio, personas de todas las clases sociales
se apretujaban para ver la contienda de cerca. Las reglas eran las siguientes:
cada profesión estaba representada por un ilustre orador; éste debía subir a un
escalón de la torre y decir un discurso elocuente y convincente sobre los
motivos por los cuales su profesión era la más importante de la sociedad
moderna. El representante tenía que permanecer en la torre hasta el final del
concurso. La votación era mundial y por Internet. Naciones y grandes empresas
patrocinaban la competición. La profesión vencedora recibiría prestigio social,
una gran suma de dinero y subsidios del gobierno.
Establecidas las reglas, el certamen comenzó. El moderador bramó: «¡La tribuna
está disponible!
¿Sabes quién subió primero a la torre? ¿Un educador? ¡No! El representante de
mi clase, la de los psiquiatras.
Subió y, a todo pulmón, proclamó: «Las sociedades modernas se transformarán en
una fábrica de estrés. La depresión y la ansiedad son las enfermedades del
siglo. La gente ha perdido el gusto por la vida. Muchos renuncian a vivir. La
industria de los antidepresivos y de los tranquilizantes se ha convertido en la
más importante del mundo.»
En seguida, el orador hizo una pausa. El público, pasmado, escuchaba
atentamente sus argumentos contundentes.
El representante de los psiquiatras concluyó: «Lo normal es tener conflictos y
lo anormal, ser sano. ¿Qué sería de la humanidad sin los psiquiatras? ¡Un
hospicio de seres humanos sin calidad de vida! ¡Como vivimos en una sociedad
enferma, declaro que somos, junto con los psicólogos clínicos, los
profesionales más importantes de la sociedad!»
En el estadio reinó el silencio. En la platea, muchos se miraron y comprobaron
que no eran felices, que estaban estresados, dormían mal, se despertaban
cansados, tenían una mente agitada, dolor de cabeza... A millones de
espectadores se les hizo un nudo en la garganta. Los psiquiatras parecían
imbatibles.
De inmediato, el mediador bramó: «¡La tribuna está disponible!» ¿Sabéis quién
subió? ¿Un maestro? ¡No! El representante de los magistrados, de los jueces, de
los abogados.
Subió un escalón más y, con un gesto de osadía, lanzó palabras que sacudieron a
los oyentes: «¡Observad los índices de violencia! No dejan de aumentar. Los
secuestros, asaltos y la violencia llenan las páginas de los periódicos. La
agresividad en las escuelas, el maltrato a los niños, la discriminación racial
y social son parte de nuestra rutina. Los hombres aman sus derechos y
desprecian sus deberes.»
Los oyentes asintieron con la cabeza, aprobando sus argumentos. En seguida, el
representante de los magistrados fue más contundente: «El tráfico de drogas
mueve tanto dinero como el petróleo. No hay manera de extirpar el crimen
organizado. Si queréis seguridad, encerraos en vuestras casas y que la libertad
pertenezca a los criminales. Sin los jueces y los abogados, la sociedad se
corrompe. Por eso declaro, con el apoyo de los juristas y del aparato policial,
que representamos a la clase más importante de la sociedad.»
Todos aceptaron sin rechistar esas palabras. Perturbaban los oídos y quemaban
el alma, pero parecían indiscutibles.
Otro momento de silencio, ahora más prolongado. En seguida, el mediador, ya
sudando, dijo: «¡La tribuna está disponible!»
Otro representante más intrépido subió un escalón más en la torre. ¿Sabéis
quién era esta vez? ¿Un educador? ¡No! Era el representante de las fuerzas
armadas. Con una voz vibrante y sin rodeos, dijo: «Los hombres desprecian el
valor de la vida. Se matan por muy poco. El terrorismo acaba con miles de personas.
La guerra comercial mata a millones de personas de hambre. La especie humana se
ha dividido en decenas de tribus. Las naciones sólo se respetan por la economía
y las armas que poseen. Quien quiera la paz tiene que prepararse para la
guerra. Los poderes económico y militar, y no el diálogo, son los factores de
equilibrio en un mundo falso.»
Sus palabras chocaron a los oyentes, pero eran incuestionables. En seguida
concluyó: «Sin las fuerzas armadas no habría seguridad. El sueño sería una
pesadilla. Por eso, declaro, se acepte o no, que los militares no son sólo la
clase profesional más importante, sino también la más poderosa.» El alma de los
oyentes se congeló.
Todos se quedaron atónitos.
Los argumentos de los tres oradores eran fortísimos. La sociedad se había
vuelto un caos. El público mundial, perplejo, no sabía qué actitud tomar: si
aclamar a un orador o llorar por la crisis de la especie humana, que no honraba
su capacidad de pensar.
Nadie más se atrevió a subir a la torre. ¿Por quién votarían? Cuando todos
creían que el certamen había terminado se oyó una conversación al pie de la
torre.
¿Quiénes eran? Esta vez eran los profesores. Había un grupo de preescolar,
enseñanza primaria, media y universitaria. Estaban apoyados contra la torre
charlando con un grupo de padres. Nadie sabía qué estaban haciendo. Las cámaras
de televisión los enfocaron y salieron en la pantalla. El mediador les gritó
que uno de ellos subiera a la torre. Se negaron.
El mediador los provocó: «Siempre hay cobardes en un concurso.» Hubo risas en
el estadio. Se burlaron de los profesores y de los padres.
Cuando todos creían que eran unos débiles, los profesores, con el incentivo de
los padres, empezaron a debatir, permaneciendo en el mismo lugar. Todos se
hacían escuchar.
Uno de los profesores, mirando a lo alto, dijo al representante de los
psiquiatras: «Nosotros no queremos ser más importantes que vosotros. Sólo
queremos tener la posibilidad de educar la emocionalidad de nuestros alumnos,
formar jóvenes libres y felices, que no se pongan enfermos y tengan que ser
tratados por vosotros.»
El representante de los psiquiatras recibió un golpe en el alma.
En seguida, otro profesor que estaba en el lado derecho de la torre miró al
representante de los juristas y dijo: «Jamás tuvimos la pretensión de ser más
importantes que los jueces. Sólo deseamos tener la posibilidad de desarrollar
la inteligencia de nuestros jóvenes, lograr que amen el arte de pensar y que
aprendan la grandeza de los derechos y los deberes humanos. Así esperamos que
jamás se sienten en el banquillo de los acusados.»
El representante de los magistrados tembló en la torre.
Una profesora del lado izquierdo, que parecía tímida, encaró al representante
de las fuerzas armadas y habló poéticamente: «Los profesores de todo el mundo
nunca desearon ser más poderosos ni más importantes que los militares. Sólo
deseamos ser importantes en el corazón de nuestros niños. Deseamos llevados a
comprender que cada ser humano no es un número más en la multitud, sino un ser
insustituible, un actor único en el teatro de la existencia.»
La profesora hizo una pausa y agregó: «Así se enamorarán de la vida y, cuando
estén a cargo del control de la sociedad, jamás harán guerras, ya sea físicas
que priven de la sangre, ya sea comerciales que priven del pan. Pues creemos
que los débiles se valen de la fuerza, pero los fuertes usan el diálogo para
resolver sus conflictos. Creemos también que la vida es la obra maestra de
Dios, un espectáculo que jamás debe ser interrumpido por la violencia humana.»
Los padres deliraron de alegría con esas palabras. Pero el representante de las
fuerzas armadas casi se cayó de la torre.
No se oía ni una mosca en la platea. El mundo estaba perplejo. Los asistentes
no imaginaban que los simples profesores que vivían en el pequeño mundo de las
aulas fueran tan sabios. El discurso de los profesores sacudió a los líderes
del evento.
Viendo amenazado el éxito del concurso, el mediador dijo con arrogancia:
«¡Soñadores, vivís fuera de la realidad!»
Un profesor valiente exclamó con sensibilidad: «¡Si dejamos de soñar,
moriremos!»
Sintiéndose cuestionado, el organizador tomó el micrófono y fue más lejos en la
intención de herir a los profesores: «¿A quién le importan los profesores hoy?
Comparadlos con otras profesiones. No participáis en las reuniones políticas
más importantes. La prensa raramente os nombra. La sociedad poco se preocupa de
la escuela. ¡Mirad los sueldos que recibís a fin de mes!» Una profesora le
clavó la mirada y le dijo con firmeza: «No trabajamos sólo por el sueldo, sino
por el amor de vuestros hijos y de todos los jóvenes del mundo.»
Airado, el líder del evento gritó: «Tu profesión se extinguirá en las
sociedades modernas. Los ordenadores os están reemplazando. No sois dignos de
participar de este concurso.»
La platea, manipulada, cambió de opinión. Condenó a los profesores. Exaltaron
la educación virtual. Gritaron a coro: «¡Ordenadores, ordenadores! ¡Fin de los
profesores y profesoras!» El estadio deliró repitiendo esas frases. Los
profesores nunca habían sido tan humillados. Golpeados por esas palabras,
resolvieron abandonar la torre. ¿Sabéis qué sucedió?
La torre se desmoronó. Nadie lo imaginaba, pero eran los profesores y los
padres los que la sostenían. La escena fue chocante. Los oradores fueron
hospitalizados. Los profesores tomaron entonces otra actitud inimaginable:
abandonaron por primera vez las aulas.
Intentaron sustituirlos con ordenadores y le dieron uno a cada alumno. Usaron
las mejores técnicas multimedia. ¿Sabéis qué sucedió? La sociedad se derrumbó.
Las injusticias y las miserias del alma aumentaron más aún. El dolor y las
lágrimas crecieron. La cárcel de la depresión, del miedo y la ansiedad alcanzó
a gran parte de la población. La violencia y los crímenes se multiplicaron. La
convivencia humana, que ya era difícil, se volvió intolerable. La especie
humana gimió de dolor. Corría el riesgo de no sobrevivir...
Aterrados, todos comprendieron que los ordenadores no lograban enseñar
sabiduría, solidaridad y amor por la vida. El público nunca había imaginado que
los profesores fueran los cimientos de las profesiones y el sustento de lo que
hay de más lúcido e inteligente en nosotros. Se descubrió que lo poco de luz
que entraba en la sociedad venía del corazón de los profesores y de los padres
que arduamente educaban a sus hijos.
Todos entendieron que la sociedad vivía una larga y nebulosa noche. Y que la
ciencia, la política y el dinero no lograban vencerla. Vieron que la esperanza
de un hermoso amanecer se basa en cada padre, cada madre y cada profesor, y no
en los psiquiatras, los jueces, los militares, la prensa...
No importa si los padres viven en un palacio o en una chabola, o si los
profesores dan clases en una escuela suntuosa o humilde: son la esperanza del
mundo.
Ante eso, los políticos, los representantes de las clases profesionales y los
empresarios hicieron una reunión con los profesores en cada ciudad de cada
nación. Reconocieron que habían cometido un crimen contra la educación. Les
pidieron disculpas y les rogaron que no abandonaran a sus hijos.
De inmediato, hicieron una gran promesa. Aseguraron que la mitad del
presupuesto que gastaban en armas, en el aparato policial y en la industria de
los tranquilizantes y los antidepresivos se invertiría en educación.
Prometieron rescatar la dignidad de los profesores y crear las condiciones para
que cada niño de la Tierra nutriera con alimentos el cuerpo y con conocimiento
el alma. Ninguno se quedaría sin escuela.
Los profesores lloraron. Quedaron conmovidos con esa promesa. Hacía siglos que
esperaban que la sociedad despertara al drama de la educación. Lamentablemente,
la sociedad justo despertó cuando las miserias sociales habían llegado a
niveles intolerables. Pero, como siempre habían trabajado como héroes anónimos
y sentido amor por cada niño, cada adolescente y cada joven, los profesores
decidieron volver al aula y enseñar a los alumnos y alumnas a navegar en las
aguas de la emocionalidad.
Por primera vez, la sociedad puso a la educación en el centro de atención. La
luz empezó a brillar tras la larga tempestad... Después de diez años
aparecieron resultados y, después de veinte, todos se quedaron con la boca
abierta. Los jóvenes no renunciaban ya a la vida. No había más suicidios. El
consumo de drogas desapareció. Ya casi no se oía hablar de trastornos psíquicos
ni de violencia. ¿Y la discriminación?, ¿qué era eso? Ya nadie recordaba qué
significaba. Los blancos abrazaban afectuosamente a los negros. Las niñas
judías dormían en casa de las palestinas. El miedo se disolvió, el terrorismo
desapareció, el amor triunfó. Las cárceles se convirtieron en museos. Los
policías se hicieron poetas. Los consultorios de los psiquiatras estaban
vacíos. Los psiquiatras se hicieron escritores. Los jueces se convirtieron en
músicos. Los abogados se volvieron filósofos. ¿Y los generales? Descubrieron el
perfume de las flores, aprendieron a ensuciarse las manos para cultivadas.
¿Y los periódicos y las televisiones del mundo?, ¿qué noticias difundían, qué
promocionaban? Dejaron de vender dolores y lágrimas humanas. Ahora vendían
sueños, anunciaban la esperanza...
¿Cuándo se hará realidad esta historia? Si todos deseamos este sueño, algún día
dejará de serlo.
Fragmento del libro "Padres brillantes, maestros fascinantes" de
Augusto Cury
Dedicado a esos profesores que consiguen ser recordados de por vida .
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