Cuenta una conocida historia japonesa que dos monjes, Tanzan y Ekido, quienes, cuando regresaban a su monasterio, les agarró una lluvia torrencial.
Al cabo de un rato, vieron que una mujer joven, vestida con un precioso kimono de seda, vacilaba en cruzar un pequeño torrente que bajaba de la montaña y había inundado por completo el camino.
Tanzán acudió en su ayuda, la cargó en sus brazos, atravesó la corriente y la dejó sana y salva al otro lado del camino . Ekido permaneció en silencio, visiblemente molesto, durante todo el resto del camino.
Tanzán acudió en su ayuda, la cargó en sus brazos, atravesó la corriente y la dejó sana y salva al otro lado del camino . Ekido permaneció en silencio, visiblemente molesto, durante todo el resto del camino.
Por fin, cuando ya llegaban a la puerta del monasterio, Ekido soltó con ira toda su queja:
-Se supone que los monjes no deben tocar a las mujeres, mucho más si son bellas y jóvenes como la que tú cargaste sobre el agua. No sé cómo pudiste cometer una falta tan grave…
-Se supone que los monjes no deben tocar a las mujeres, mucho más si son bellas y jóvenes como la que tú cargaste sobre el agua. No sé cómo pudiste cometer una falta tan grave…
Su queja y sus palabras sorprendieron a Tanzan que se había olvidado por completo del incidente. Miró fíjamente a los ojos de Ekido y le dijo:
-Mira, yo dejé a la mujer allá al otro lado del camino cubierto por el agua. Pero parece que tú todavía la sigues cargando.
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