Un
anciano llamado Chunglang, que quiere decir «Maese La Roca», tenía una pequeña
propiedad en la montaña. Sucedió cierto día que se le escapó uno de sus
caballos y los vecinos se acercaron a manifestarle su condolencia.
Sin embargo el anciano replicó:
- “¡Quién sabe si eso ha sido una desgracia!”
Y hete aquí que varios días después el caballo regresó, y traía consigo toda una manada de caballos cimarrones. De nuevo se presentaron los vecinos y lo felicitaron por su buena suerte.
Pero el viejo de la montaña les dijo:
- “¡Quién sabe si eso ha sido un suceso afortunado!”
Como tenían tantos caballos, el hijo del anciano se aficionó a montarlos, pero un día se cayó y se rompió una pierna. Otra vez los vecinos fueron a darle el pésame, y nuevamente les replicó el viejo:
- “¡Quién sabe si eso ha sido una desgracia!”
Al año siguiente se presentaron en la montaña los comisionados de «los Varas Largas». Reclutaban jóvenes fuertes para mensajeros del Emperador y para llevar su litera. Al hijo del anciano, que todavía estaba impedido de la pierna, no se lo llevaron.
Chunglang sonreía
Hermann Hesse
Sin embargo el anciano replicó:
- “¡Quién sabe si eso ha sido una desgracia!”
Y hete aquí que varios días después el caballo regresó, y traía consigo toda una manada de caballos cimarrones. De nuevo se presentaron los vecinos y lo felicitaron por su buena suerte.
Pero el viejo de la montaña les dijo:
- “¡Quién sabe si eso ha sido un suceso afortunado!”
Como tenían tantos caballos, el hijo del anciano se aficionó a montarlos, pero un día se cayó y se rompió una pierna. Otra vez los vecinos fueron a darle el pésame, y nuevamente les replicó el viejo:
- “¡Quién sabe si eso ha sido una desgracia!”
Al año siguiente se presentaron en la montaña los comisionados de «los Varas Largas». Reclutaban jóvenes fuertes para mensajeros del Emperador y para llevar su litera. Al hijo del anciano, que todavía estaba impedido de la pierna, no se lo llevaron.
Chunglang sonreía
Hermann Hesse
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